Contra la polarización, una ciudadanía crítica desde las universidades
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Contra la polarización, una ciudadanía crítica desde las universidades
Los rectores del ITESO y de las Ibero Ciudad de México, León y Puebla dialogaron en el marco de la FIL sobre el rol de las instituciones de educación superior ante el auge del conflicto y los autoritarismos.
Óliver Zazueta
La responsabilidad de las universidades ante un mundo extremadamente conflictivo, polarizado y con derivas de autoritarismo es la formación de una ciudadanía crítica y pensante, abocada al diálogo y al reconocimiento de la alteridad, coincidieron rectores del Sistema Universitario Jesuita (SUJ) durante un panel realizado en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
En la actividad, titulada “Polarización y conflicto: un desafío para la democracia a escala global”, que tuvo lugar en la sede de la feria en Expo Guadalajara, participaron los rectores Alexander Zatyrka Pacheco, SJ, del ITESO; Luis Arriaga Valenzuela, SJ, de la Ibero Ciudad de México; Luis Alfonso González Valencia, SJ, de la Ibero León, y Mario Patrón Sánchez, de la Ibero Puebla. La moderación estuvo a cargo de Magdalena López de Anda, directora de la Oficina de Comunicación Institucional (OCI) del ITESO.
Zatyrka Pacheco explicó que el conflicto es parte de la realidad, pues es una tensión dinámica que la empuja hacia el cambio, por lo que no se trata de no tener conflictos, sino de aprender a gestionarlos de tal manera que generen espacios que permitan irnos construyendo como una sociedad igualitaria y justa, que reconozca la dignidad y los derechos de todas las personas.
El Rector del ITESO consideró que parte de la realidad contemporánea es la superficialidad de la conciencia y que en esto tienen mucho que ver las redes sociales, que están organizadas de tal manera que las personas no puedan tomar distancia y pensar. “Detrás de ello está el desarrollo impresionante de la neurociencia, esta literatura que dice: ‘No le vendas a la persona, véndele al cerebro’. Todos estos elementos empiezan a instalarse al servicio de los intereses del poder y empiezan estos círculos viciosos de los que hemos hablado”, comentó.
Frente a esta realidad, desde la universidad se debe renunciar a la idea de que solamente es una fábrica de profesionales con elementos para aplicar el estado de la cuestión de sus disciplinas al mercado laboral: “Queremos construir ciudadanos y personas que tienen la capacidad de tomar distancia, de profundizar y hacernos conscientes de nuestro entorno, y desde esa realidad y la libertad que te da una conciencia, contribuir en lo que les corresponde en su mundo”.
Patrón Sánchez explicó que existe una crisis de las certezas, incertidumbre que vuelve atractivos los discursos radicalizados, por lo que hay un auge mundial entre los fundamentalismos y los absolutismos, y una incapacidad creciente para entender la otredad y la diversidad. Este entorno global violento y destructivo promueve un clima de aniquilación de adversarios y una preponderancia electoral hacia figuras autoritarias, como las de Donald Trump en Estados Unidos, Javier Milei en Argentina o Nayib Bukele en El Salvador.
Como fuentes de la polarización, consideró la desigualdad social y económica, la violencia generalizada, la infodemia y la sobre desinformación, y la crisis institucional. A esto se añade la pérdida de grandes oportunidades, por ejemplo, con la privatización de la internet se fue la opción de que el mundo digital fuera un espacio en el que se conversara acerca de las agendas de interés público y hoy es un sitio en el que priva el consumo, se disputan las narrativas y es un semillero para la manipulación.
“La verdad ya no importa en función de la objetividad de la realidad, sino en lo que generan las narrativas de las emociones, que son diálogos cada vez más viscerales, por lo que se debilitan los canales de diálogo institucional”, comentó.
En ese sentido, las universidades son aún un lugar confiable en términos sociales y políticos, y están llamadas a ser constructoras y validadoras de conocimiento, pero para ello es fundamental no formar en los absolutismos, sino en la diversidad y crear espacios seguros para la libertad de expresión, es decir, auspiciar un entorno de ágora y desde la perspectiva de las ideas.
Para Arriaga Valenzuela nos encontramos en una encrucijada histórica, en la que la humanidad enfrenta problemas que requieren soluciones globales —asuntos como el calentamiento global, los conflictos bélicos, las tensiones comerciales y las migraciones—; además vivimos un momento en el que las democracias están siendo amenazadas por tendencias políticas extremistas, con gobiernos, que si bien son democráticamente electos y tienen un gran respaldo en las urnas, también impulsan agendas de socavamiento al orden constitucional.
“Hay tensiones generadas por un modelo económico que en las últimas décadas fue dejando atrás a amplios sectores y además tenemos liderazgos irresponsables que con propuestas demagógicas movilizan y consolidan sus bases electorales […]. Países como Venezuela, Nicaragua o El Salvador muestran que el debilitamiento de las instituciones democráticas lleva al cierre de espacios de libertad y a la violación de derechos humanos fundamentales”, mencionó.
Ante esto, la universidad tiene la responsabilidad de ser un espacio crítico, que enseñe a dialogar a los alumnos; tiene que ser protectora de la democracia, pero no basta protegerla pasivamente, es necesario proponer alternativas que respondan a las realidades cambiantes de nuestra sociedad, y es vital formar a las y los jóvenes en el discernimiento, no enseñarles qué pensar sino cómo pensar, esto es, pensar críticamente.
“La democracia no puede sobrevivir sin una ciudadanía activa y consciente. Bajo este concepto, las universidades jesuitas no pueden mantenerse al margen. El reto que enfrentamos no es sólo de orden político, sino sobre todo es de orden ético […]. Nuestra misión nos llama a formar personas comprometidas con la justicia y el bien común”, añadió.
González Valencia definió la polarización como la expresión extrema de posiciones contrapuestas o antagónicas de una sociedad o país, en función de una identificación ideológica o partidista, y argumentó que si bien la capacidad de diferir es esencial para la existencia y la consolidación de la democracia, cuando las diferencias ideológicas se quedan sin ningún suelo común que posibilite un consenso racional, ideológico o emocional, la democracia puede encontrarse en peligro.
“Es crucial analizar cómo el cambio de las dinámicas de comunicación, la crisis de representación política y las desigualdades crecientes han contribuido a la fragmentación de la sociedad, haciendo más difícil el diálogo y la construcción de consensos”, opinó.
Especial atención le mereció la polarización afectiva, que se distingue por nutrirse de visiones simplistas, de crear una lógica dicotómica y reduccionista —el “nosotros contra ellos”—, y fomentar una persecución contra aquellos grupos sociales que se identifican como el enemigo interno. A su vez despoja a la sociedad de su capacidad crítica, haciendo entender la realidad en una escala de blanco y negro.
Por ello es necesario un esfuerzo consciente de memoria crítica y una reflexión colectiva para construir espacios de encuentro que privilegien el entendimiento mutuo sobre la confrontación, y es a través de las universidades como se puede abrir esta posibilidad de construcción de ciudadanía, de aprender a convivir con las diferencias y adquirir la capacidad de construir, incluso en medio de la discrepancia, un futuro compartido.